La sabiduría popular dice que, en la vida, cuando
se nos cierra una puerta se suele abrir alguna ventana.
Tras la puerta he dejado muchas
experiencias vividas en un lugar que me era muy conocido y en el que me sentía
muy segura, pero nunca pensé que al mirar por esta ventana entreabierta, hubiera
tras ella un mundo tan atractivo.
Sabía que me esperaba una vida diferente en
este entorno rural, pero nunca imaginé que esa diferencia me sedujera de la
manera en la que lo está haciendo. Parece que mis sentidos están más despiertos
y aprecien sensaciones que antes me pasaban desapercibidas.
La belleza del paisaje me cautiva todos los
días, desde que me instalé en esta tierra. Sus grandes extensiones de viñedos parecen
no tener fin y aquí la luz tiene un brillo especial que me resulta imposible de
describir.
Si el paisaje me enamora son sus gentes las
que me sorprenden. La vida de la ciudad, con sus prisas y su impersonalidad contrasta
con la manera en que se relacionan las personas en este ambiente rural.
Las
relaciones sociales son aquí mucho más naturales y la ayuda mutua es una
práctica habitual. Como recién llegada me siento muy observada,
pero puedo asegurar que también me siento muy bien acogida. Solo hace una semana
que me he instalado y sorprendentemente vida social ya es bastante
activa.
En un cambio tan importante no puedo decir
que todo sea positivo, pues no hay nada perfecto, pero lo realmente importante
es que miro hacia adelante con optimismo y con la certeza de que esta nueva
experiencia merece ser vivida.