miércoles, 13 de abril de 2011

"EL ARTE DE LA MANIPULACIÓN"-1

No creo que haya nadie que no haya utilizado alguna artimaña que otra para conseguir aquello que quería.

Durante la convivencia es demasiado frecuente utilizarlas, en mayor o menor medida. Es algo habitual que forma parte de la vida en común y no solo entre las parejas sino con todo aquel que esté cerca de cada uno.

Pero cuando puedo poner más empeño en manipular al otro es cuando me doy cuenta de que mi relación está en peligro y no importa quién es el que quiera ponerle fin. Ya sea para que no se vaya el otro o para poder justificarme si lo he decidido yo. Es entonces que saco todas mis armas y empiezo un ataque despiadado persiguiendo no sé muy bien el qué.

Algo se va, algo me quita, pero no tengo muy claro cuáles son los verdaderos sentimientos que me hacen actuar así. ¿Es amor, el orgullo herido, el miedo, el egoísmo? Si soy yo la que me voy, no quiero ser “la mala” por lo que tendré que justificarme haciendo que sea el otro el culpable y si me abandonan tengo que ponérselo muy difícil e intentaré impedírselo aunque no esté muy segura de que me convenga.

Sea como sea son días en los que resulta difícil pensar con frialdad y suele ser más fácil dejarme llevar por impulsos que por el buen razonamiento.
Las sospechas de que me van a abandonar o la búsqueda de mi justificación por haber tomado yo la decisión, me lleva a cometer un gran número de violaciones de la intimidad de la persona que, se supone, tiene toda mi confianza y la confianza que tenga ella depositada en mí seguro que quedará bastante maltrecha.

Lo primero que se me ocurre es buscar los motivos que justifiquen que mi relación está “en peligro”. Para ello tengo que “investigar” para encontrar alguna que otra información que me pueda ser útil. Pero desconozco lo que voy a hacer cuando las encuentre.

Registro su ropa (en especial los bolsillos), el móvil, el ordenador, las facturas, los gastos y todas aquellas pertenencias personales y lugares de la casa en las que podría encontrar algo escondido; Controlo sus horarios, lugares donde dice que va, sus llamadas, su coche; Escucho disimuladamente sus conversaciones; Le hago preguntas con intenciones concretas y doy por ciertas afirmaciones, como si ya le hubiera pillado en falta, para ver su reacción; Realizo visitas sorpresas en el trabajo de vez en cuando y le llamo constantemente por teléfono con cualquier escusa que se me ocurra para controlar donde está.

Una tarea de acoso constante, goteo de indirectas y vulneración de su intimidad que parece que no tiene límite. Todo parece valer pero no soy muy consciente del motivo real de mi comportamiento. ¿Podría ser el miedo por lo que está por venir o la pérdida de algo que consideraba que era mío?

Muchos son los sentimientos que afloran en estos momentos de tránsito de una manera de vivir a otra y muchas son las dudas que tengo, pero si me pongo a pensar nada justifica mi comportamiento y estoy segura que en nada me beneficia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando la convivencia se basa en vínculos emocionales, la relación es inequívoco, casi incondicional.
Cuando evolucionamos, cada uno a su ritmo y de acuerdo con su personalidad, empiezan a destacar las diferencias y su percepción equivale asumir que hay diferencias que ya no se comparten.
El dilema es simple ¿Cuantas diferencias se pueden soportar? Procedemos de una cultura basada en adhesiones y creencias incondicionales y pagamos las consecuencias.
A mi juicio, la evolución de cada persona en particular, debería llevar implícito, la asumción de que: Lo que importa no está en acentuar las diferencias, sino en apreciar lo que se comparte.
El valor de cualquier relación se basa en lo que se comparte y la pretensión de cambiar a nuestra pareja para que sea tal como nosotros quisiéramos, es tan absurda como el negarle el derecho a mantener su identidad.